CRÓNICAS HISTÓRICAS

Aquí encontraremos crónicas o cuentos de características históricas. 

Capítulo Doce : los grafiteros

Camino a las termas del flaco, San Fernando.

Año 231 a.c.

Una de las mujeres estaba tratando de tejer algo parecido a un chal, con hojas del Quillay que estaba a la entrada de su hogar, la otra miraba hacia arriba, pero no precisamente al sol, sino que avistaba a uno de los hombres, quien estaba sobre una de las laderas de la roca, jugando con sus dedos delineando algo sobre la dura piedra, tan dura como el colmillo de mastodonte que el otro hombre estaba agujereando con herramientas, también de piedra, sentado al lado de la mujer tejedora, quizás compartiendo alguna historia de sus antiguas tierras. El tercer hombre estaba tirado en el suelo a la sombra de un peumo, tratando de dormir abrazado de la tercera mujer, quienes estaban cansados, de tanto caminar buscando comida para todo el clan.

Formaban un extraño grupo, siempre aislados, compartían con otros grupos sólo para conseguir comida, o alguna joya de conchas, o quizás obsidiana; no mantenían otro tipo de contacto; esa roca, esos espinos, esos quillayes, los boldos, los peumos, la quila, ellos eran sus amigos, ese era su propio paraíso, la copia feliz del edén. Según sus historias, habían llegado arrancando de un desastre en un bote, que llegó a una playa, desde la cual caminaron por varios soles hasta encontrar lo que buscaban, un hogar donde vivir, lejos de todos. Nada había sido fácil, las múltiples heridas en sus cuerpos daban testimonio de una dolorosa aventura. Claro que con su mayor pasatiempo siempre se arriesgaban a obtener nuevas.

Lo que ellos llamaban hogar, se trataba de una cueva dentro de una roca, que ha sido descrito como un alerón rocoso, de sesenta metros de largo por quince de alto. Allí guardaban sus ropajes hechos de las hojas de sus amigos árboles, allí se ocultaban cuando el frío se hacía insoportable, alimentaban alguna llama para comerla después. Juntaban comida que recolectaban cada día, y se calentaban con leña.

Pero lo que los hacía únicos, y que lograba espantar a quien tratara de acercarse a su mundo perfecto, era su pasatiempo. Con cenizas, óxido y arcilla dejaban su propio testimonio, a través de dibujos de color negro, blanco rojo y amarillo, los seis habían aprendido a trazar pequeñas rayas en las paredes rocosas de su hogar. Y cada mes hacían y celebraban una reunión, el día en que la luna estuviera preñada, esa noche bailaban al ritmo de los ruidos de su valle hermoso, completamente desnudos, disfrutando del viento, del frío, de la lluvia, de la noche calurosa de verano, daba los mismo, el deleite y la unión con su Dios estaba en esa felicidad, indescriptible, alucinante, liberadora, que cada mes se apoderaba de ellos. Esa noche, desarrollaban su pasatiempo, su arte, con las mezclas ya completas, untaban sus dedos en la pintura y permanecían mirando al muro, hasta que la conexión se completaba, y recibían la idea del dibujo, del trazo, del mensaje que debían plasmar para que cientos de años después aún puedan ser admiradas.

Todo era la traza justa, el color elegido, nada quedaba al azar, incluso algunos días ensayaban la forma de dibujarlo, alzando su dedo sobre la roca. A veces recibían la necesidad de dibujar un trazo simple delgado, pero en las alturas de la roca maciza que les servía de hogar, así podría pasar unas cinco noches planeando como alcanzar esa altura sin sumar una nueva herida a su ya marcado cuerpo.

La noche especial , aquella en que le mostraba que expresar, a más de alguno se le arrancaba una canción llena de ideas y vueltas ditirámbicas, que guiaba al resto. Terminaban unidos en el acto más sublime y delirante de la tierra, la demostración bendita del ardor corporal. Los meses que llevaban viviendo en su hogar los contaban de acuerdo a los dibujos pintados en su casa, así sabían las estaciones y los tiempos. Siempre disfrutaban su libertad. Si alguno caía tratando de dibujar el trazo elegido, se le cuidaba, si necesitaban alguna hierba especial, se le buscaba y se tomaba contacto con los otros habitantes de su valle; hasta ahora todo había resultado.

No ha faltado el estudioso de las conspiraciones, ovnis y demases, que ha querido ver en esos dibujos restos de jeroglíficos egipcios traducidos al griego, contando la historia de la destrucción de la Atlántida, y otros han creído ver bocetos de runas vikingas. Esta casa pintada , llena de arte rupestre es una fuente inagotable de ideas, de sueños y de espíritus molestos.

En el año 1860, los habitantes del sector eludían acercarse a la cueva de las pinturas, el rumor era que allí penaban, que pasaban cosas raras, que se escuchaban fiestas en noches de luna llena, y que si te acercabas mucho, algo no te dejaba pasar, una presencia que manejaba los árboles y que te provocaba una herida con una rama que nunca viste; era la señal justa para no seguir intentando acercarse. Sin embargo, y pese a la historia, un hombre y su ayudante decidieron, no sólo acercarse, sino que además pasar la noche en la cueva, en el hogar ancestral de los grafiteros felices.

Ignacio Domeyko, en 1861, en un viaje que realizaba para anotar los tipos de plantas y hierbas que crecían en la zona del Tinguiririca , se entretuvo mucho un día de pesquisa , junto a su ayudante decidieron buscar un lugar donde pernoctar antes que se escondiera el sol . Wenceslao Díaz, el ayudante le contó de la existencia de la cueva que los paisanos llamaban " la casa pintada", pero que era de mala suerte acercarse, que siempre salías herido. No les quedaba de otra, caminaron hasta la entrada del hogar, Domeyko no podía creer lo que miraba, era algo impresionante, toda la cueva, completa, y sus muros exteriores, hasta una altura inalcanzable aún con cuerdas, estaba lleno de trazos, círculos con puntos interiores, dibujos sin explicación, simples rayas de todos los tamaños, grosor y color, una pequeña capilla sixtina rupestre desde el piso, hasta el gran techo y todos los muros exteriores, trazos que no se entendían, incomprensibles, indescifrables, de colores diferentes, mezclados, blancos, grises, negros, amarillos, rojos, sepia; todo en un perfecto desorden, quizás en una expresión del cielo estrellado bajo el cual en algún momento vivieron nuestros grafiteros. Pasó la noche mirando y anotando a la luz del fogón que Wenceslao había prendido para calentar la capilla. Se quedaron varios días, catalogando, copiando, dibujando, y decidieron excavar por sí encontraban más cosas, allí sin querer encontraron una tumba, y otra, y otra, y otra... y una última. Cinco cuerpos, tres hombres y dos mujeres.

Los huesos mostraban muchas marcas de herida cicatrizadas, nada que los hubiese matado, estaban rodeados de joyas de concha, tejidos vegetales hechos con quillay, piedras de obsidiana para trabajar, restos de auquénidos y un punzón tallado en un hueso. Pocas cosas que podían dar apenas algunas luces de cómo vivían, y qué comían estos grafiteros. Dibujados los huesos, Domeiko y Díaz decidieron levantarlos, y allí, en cuanto sus dedos modernos tocaron los restos óseos, algo pasó.

Sus huesos se deshicieron al contacto humano , volaron en un polvo liberador, volviendo a ser uno con sus amados árboles, para bailar eternamente en el viento de una noche de luna llena, al sonido de la naturaleza de esta región antártica y famosa, que les había adoptado.

Cinco cuerpos, enterrados de manera simple, sin mayores visos de ceremonias funerarias, me gusta pensar que hubo una tercera mujer, quien les sobrevivió, los enterró, los despidió, y luego abandonó su paraíso para mezclarse con el resto de los habitantes, o quizás murió sin querer, allí en medio de valle, rodeada por sus árboles, y no hubo nadie que le diera sepultura. Imagino su esencia, alejando a los visitantes, asustando a quienes miraban su hogar, cuidando el eterno descanso de sus amigos, hasta poder reunirse con ellos, en el baile a la luz de la luna de ese mes de febrero de 1861.

La Cueva, hoy aún con dibujos por todos lados, ha sido dañada por terremotos e inescrupulosos, que siempre piensan que no es daño patrimonial llevarse un recuerdo para su casa. Hoy el hogar de los grafiteros, puede ser visto y visitado. Se le conoce como " La Casa Pintada de Tinguiririca".  

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